CARTA DE UN JOVEN CABALLERO DE LA REAL ORDEN DE LAS LLAVES QUE ABREN MIL PUERTAS

La última vez que te escribí estaba más pertubado, más infantilizado, inmaduro... no podía entender que los días fueran tan simples. No podía aceptar que todos fueramos humanos y que desde ese espacio donde antes existía la esperanza perfecta, hoy sólo quedara el menoscabo de la espantosa palabra ajena. Es que tendía a creer que el fracaso no se situaba en mis parámetros de sublime observador narciscista.
Debo ser ser honesto, no creo haber errado... siempre he sido juicioso, meticuloso, sabio, crédulo y sincero; todo lo dicho y hecho son parte de mi propio ser, de mi propia expresión de humano perdido en la magnitud perfecta, esa magnitud prometida hace años en la plegarias olvidadas de tus ojos; sin embargo, sufro al saber que el silencio es tu mejor arma, por que es allí donde perdí todo, es allí donde todo acabó, es allí donde todo comienza nuevamente, es allí.
He descubierto cariños incontables. Sé entonces que ya no debo recordarte, ni pensarte, ni recrearte de la misma manera. Sé que seguirás en esa esfera, en tu silencio, en espera de que algo pase para que vuelvas a ser tú... no debo seguir obligándote a nada: leerme, verme, escucharme, sentirme, entenderme, apoyarme, sólo debes estar así, en silencio, esperando a que la marea se calme, a que el eclipse termine o que los árboles den el esperado fruto que tantos años llevas esparando que den.
Mas, creo estar ligado por esa fuerza magnética que no desaparece, por esa magia que un dia nos unió en caminos distintos pero paralelos... te dejo entonces, y como buen caballero, un hilo transparente cargada de esperanzas por si algún día decides atar tus zapatos y seguir mi caminar de paladín andante.